Ángel de probeta. Parte IV ( Mi plan B )

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El Plan B, ese al que todos no queremos ni llegar. Ni hablar cabe del C, D, E… ¿Por qué nos equivocamos tanto? ¿ Por qué solo queremos la simpleza inmediata de un Plan A?.

Con el tiempo me he dado cuenta que el plan B puede que sea en cierta medida la versión mejorada del Plan A. Cuando no funciona a la primera, todos los fallos o errores que hemos cometido los intentamos no cometer. Eso es justo lo que mejora el Plan B. Qué decir de el C, D y el E. Con ello no quiero decir que el plan A no sea maravilloso, pero los sucesivos pueden ser igual de fantásticos.

Una vez alguien sabio me dijo, convierte la queja en trabajo y ganarás lo que has perdido más lo que recogerás en el camino. Cuanta razón, que estúpido esfuerzo el de quejarnos y qué maravillosa y poderosa sensación la de empezar la lucha diciendo yo puedo con esto y más…

Y todo esto porque un día de pronto descubrí que mi vida había sido un continuo FORTUNIO de planes B, C, D.

Todo este rollazo, quizás explique un poco mi aptitud a la hora de afrontar el desastre de muchos de mis primeros intentos en la vida…

Desde el principio fui el Plan B de las primeras personas más maravillosas que llegaron a mi vida, mis padres. No llegué a casa de la manera más habitual. No todo el mundo puede decir que su padre lo trajo a su vida.

Un 8 de julio, a las 11 de la noche, un día y medio después de haber nacido, mi madre ignorante de lo que pasaría, esperaba en el balcón a mi padre que llevaba casi un día sin presentarse por casa comportándose de una manera muy extraña. Ella sin saber que le estaba preparando el regalo más deseado de su vida sufría entre los caminos del teléfono al balcón. Y es que yo no crecí en el vientre de mi madre durante nueve meses, crecí catorce años en un lugar muy especial, su corazón. Catorce años de deseo, lleno de dolores físicos por pruebas y tratamientos, y los más duros, los dolores del alma. Mi padre llegaba en silencio a las 11 de la noche. Mi madre esperaba para «cantarle las cuarenta».

No puedo imaginar el desconcierto de mi madre al ver entrar a mi padre con una cestita conmigo dentro; no puedo imaginar un momento más especial. Puso el capazo en el suelo con cuidado y sollozando le dijo – aquí está lo que hemos deseado- . ¡ Un niño Juan, un niño ! – gritaba con desconcierto mi madre. – Shhh es una niña, y no grites que hasta que no esté todo firmado mañana no tenemos que decir nada- dijo mi padre. Y así empezó mi camino, con esa maravillosa conversación de dos locos llenos de ganas de amarme.

No puedo imaginar una noche más especial; más increíble; más afortunada para mí. Y ahí mi primer plan B. Un perfecto plan B. Yo unida a ellos por un hilo invisible, la historia del hilo rojo le suelen llamar. Destinada a tanto amor, a una forma de quererme tan infinita y tan real.

A los 5 años mi madre hizo una versión para mi edad de cómo había llegado a ellos. Desde pequeña supe el gran regalo que me había tocado, supe que estaba allí con ellos por puro amor. Siempre supe lo que es ser querida de una manera tan eterna. No necesitaba, ni necesitaré más de ellos.

Papa, tú hace 8 años que te fuiste para no volver. Allá donde estés, gracias por hacer de tu lucha contra la enfermedad durante tantos años, toda la enseñanza que necesitaba para llegar hasta mi bebé. Gracias por transmitirme tanta fuerza, por hacerme sentir un ser tan poderoso, tan capaz de luchar por el destino que elija. Gracias por ponerme en el camino de mi madre que me sostuvo, enseñó y creó el ambiente tan natural para que aprendiese de todo lo que tenías preparado para enseñarme con todo ese sufrimiento. Gracias a los dos por tanta fuerza, por tanto amor. Gracias por hacer de ese 8 de julio el inicio de tantas caricias. Gracias por hacer del plan B, el mejor plan de mi vida.

 

 

REAL AND PARADISE

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