Fragmentos del libro…

  La noche prometía despejada al final de la primavera. La Luna se había comido cada uno de los rayos del sol sin apenas una nube de guarnición. El cielo había dado una tregua tras las tormentas que habían azotado con furia todo  cuanto conocían los límites de la finca durante semanas. Mientras las estrellas se bañaban allá arriba, la madre Luna las observaba pavoneando su color plata. 

    Dasha había decidido descorchar la última botella de vino Búlgaro que quedaba en la despensa. Aquel sabor  ya tan conocido, le recordaba a cada una de las veces, a cada uno de los viajes, y le sumía, completamente abstraída, en una especie de letargo melancólico. Habían pasado unas escasas veintitrés horas de su último viaje y en su blanca y anémica tez, aún se dibujaban los golpes del último monstruo.  

    A lo lejos, con la mirada somnolienta, intentaba reconocer la figura y las sombras de la anciana acercándose. La odiaba y la necesitaba. Guardaba contra ella toda esa rabia que  la juventud tiene a la razón y a la sensatez cuando nos dice que nos equivocamos, unido a esa terrible seducción que ejerce la influencia de una personalidad que nos somete.

  Dasha esperó a que llegase a escasos metros de ella y echase una mirada a aquel agujero cada vez mas deforme y empantanado que cavó tiempo atrás con las pautas de la anciana, y que ahora se venía abajo sin remedio. Mientras miraba a la anciana acercarse, se preguntaba a si misma si todo aquello que fue transformándola en cada viaje, se seguía debiendo a la magia o a algo tan simple como la liberación que nos llega al ceder y abrir la jaula donde guardamos esos deseos y tentaciones enjaulados por miedos, tradiciones, familia, amigos, allegados o alguna estúpida y mundana pauta social. 

   La anciana aceleró el paso y al llegar a escasos metros de ella y sin cruzar palabra, centró su mirada en el pozo. Dasha intentaba llamar su atención con gestos que traducían su ansiedad y su desesperación.-¡Se vendrá abajo! – volvió a gritar exigiendo alguna especie de solución. La anciana caminó al borde del agujero comprobando la escasa solidez de sus límites mientras el barro cedía hasta el fondo anegado, ahogándose y desapareciendo a la vista. 

  La jóven siempre odió esos silencios cargados de palabras a través de miradas que le decían que el viaje de sus pensamientos no era el correcto. – ¿En qué momento pensaste que no ocurriría?- contestó la anciana en tono de burla. – ¿Aún no has sido capaz de entenderlo, ¡aún te queda un viaje!. – ¿y cómo conseguiré hacerlo esta vez?. ¡Quedaré sepultada en el agujero antes de poder regresar!. No aguantará, estoy segura -añadió con la voz ahogada-. La última vez el barro casi inunda mi boca, es imposible que pueda regresar y ¡necesito hacer este viaje!. ¡He llegado hasta aquí y no puedo parar!. ¡No puedo!. Les tengo que enseñar la verdad.- sentenció.

  La voz de Dasha se había convertido en un hilo fino a causa de la debilidad y el alcohol. Sus rodillas, desnudas, se clavaron sobre el barro aún húmedo de los límites de aquella especie de pozo cósmico frente a los pies de la anciana. Su mirada tintineaba desesperación. La música de un viento frío hizo bailar los pliegues del su camisón y se cruzó en el aire con las palabras de la anciana.-Mira el pozo Dasha, mírate ahí, en él…No les importa la verdad, nunca querrán oír lo que tienes que decir. 

-¿Por qué?. A mi me importaría.

-No, niña, nadie quiere saber aquello que remueva sus propios monstruos. Nadie quiere saber verdades que guarda ocultas por miedo a que devoren alguna parte de ellos. La cobardía hacia nosotros mismos las escondemos ignorando el dolor de los demás.  

  La muchacha pareció entender todo. Abrió los ojos redondos inundados en salino y su cuerpo quedó rígido y frío como lo que acababa de descubrir. El miedo a mirar al pozo y ver lo que acababa de comprender empalideció aún más el poco color que quedaba en sus labios. Temerosa, reunió el valor para echar, sin saberlo, una última ojeada a su pozo, a sus propios monstruos, a sí misma.